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Breve lectura del Nobel de Kang por Diego Conejeros

Embajadas, centros de estudios y clubes de lectura no dejan de hacer eco de vítores al logro de Han Kang. La escritora surcoreana que se ha hecho con el Nobel de Literatura 2024. Por "su intensa prosa poética que afronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana", anunció el fallo en una síntesis quirúrgicamente certera de las cualidades narrativas de Kang.

Solo por refrescar la memoria, la autora se posicionó en la literatura de alcance global en 2016, año en que obtuvo el prestigioso premio Booker por su novela La vegetariana. De ahí en adelante no salió del campo de visión de la crítica literaria académica ni de la que aporta desde los medios masivos de comunicación. Su nombre, dicho sea, no hizo más que crecer.

Ese hito es solo otro punto de la secuencia que a día de hoy la ha transformado en la nueva figura merecedora del deseado galardón. Sin embargo, si el objetivo de estos párrafos es meditar el logro de Kang, entonces surge la exigencia de hacer dos observaciones que son claves para entender las dimensiones de la hazaña.

A saber: ingresa a ese injustificadamente reducido grupo de autores asiáticos —la novena— que han sido honrados con el reconocimiento. A lo que se ha de sumar el hecho de que se levanta también como la primera mujer del listado. Pero, incluso si consideramos que el certamen es de carácter privado, por lo que sus integrantes pueden hacer lo que estimen conveniente con su premio, cabe preguntarse, —sin otro objetivo más que la retórica misma— ¿Por qué el jurado miró en dirección a Asia? ¿Por qué ahora y antes tantas otras veces no?

La calidad de la narrativa de Kang es innegable, transitar por ahí para pensar su obtención del Nobel resulta innecesario y, en últimas, con la cantidad de publicaciones que se hacen al respecto, redundante. Pero es posible circular en otra dirección, una de carácter más diplomático que puramente literaria.

Conviene pensar, entonces, en las diversas formas en que los gobiernos de Corea del Sur han impulsado estrategias de posicionamiento basadas en la exportación de capitales culturales hacia las distintas regiones del globo. Un ejemplo paradigmático de esto es el Instituto de Traducción Literaria de Corea (LTI), un organismo fundado en 2008 por el gobierno y que tiene como misión “desarrollar y globalizar la literatura coreana”.

Los efectos de estas estrategias resultan evidentes, pensemos en la música, el cine, los shows para televisión, el maquillaje, la comida y otras tantas formas de producción coreana que se han integrado a los flujos comerciales internacionales. La ola coreana remonta estruendosa y podemos pensar, sin arriesgarnos a estar demasiado equivocados, que es ese fragor el que ha obligado a la academia sueca a mirar hacia la República de Corea.

No se trata, por supuesto, de asumir que Han Kang ha ganado el Nobel por la gestión administrativa directa o indirecta del gobierno de la zona sur de la península, para nada. Eso sería negar el valor del arte de Kang. Se trata, en realidad, de pensar la gestión del Estado coreano, con su interés por ocupar mercados internacionales con material cultural, como el aceite que lubrica los engranajes de giro en los ojos de estas enormes instituciones.

Ese es el punto, Kang toca la cima por mérito propio, pero no sin ir agarrada a un dedo de la mano de la diplomacia blanda. Es, muy probablemente, el soft power —como conceptualiza Joseph Nye a principio de los 90— un gran benefactor de la proeza de la autora, quiera ella o no, pues es el sistema en el que se encuentra inmersa. 

Han Kang ha ganado el Nobel y Corea un envión poderoso en su objetivo de estar en el centro, el mundo voltea hacia su nación con una mirada genuina de asombro y admiración. El peso del certamen así lo incita. No se puede pasar por alto que es una institución que participa muy sólidamente en las relaciones de poder que suponen el cómo concebimos la literatura -o las literaturas- en la sociedad global de la que formamos parte.

El Estado coreano, la Academia sueca, los medios de comunicación y otras piezas de la amplísima estructura que dirime sobre lo que debemos consumir -o en este caso, lo que debemos leer- encaramaron la valiosa obra de Kang hacia lo que muchos consideran la distinción máxima. Hay que contentarse, todos ganamos cuando se habla de literatura y todos aprendemos cuando se trata de las letras que la valiosa actividad de los traductores y editores nos acerca desde Asia.

Que Han Kang siga escribiendo y tiñendo de tinta la ola que desde Corea surfea ruda. Su mirada crítica y su voz provocadora nos han regalado personajes conmovedores en situaciones impresionantes. No debe ser poco lo que nos queda por leer de la nueva premio Nobel de Literatura.







Diego Conejeros Arias

Profesor de Lengua y Literatura

Magíster en Estudios Coreanos

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